Estamos viviendo grandes cambios en nuestra sociedad que son fruto de una aceleración tecnológica sostenida que empezó en el siglo XIX.
Durante las últimas décadas la velocidad de procesamiento, la capacidad de almacenamiento y la calidad de las comunicaciones han aumentado exponencialmente.
Las consecuencias son
una sociedad en la que personas y ordenadores están cada vez más conectados
el soporte digital está reemplazando a la mayoría de los soportes de la información
los procesos de la vida empresarial y personal se dejan en manos de aplicaciones
Esta combinación de nuevos soportes digitales, de la capacidad ilimitada de registrar y almacenar datos, y de la conexión total son la base de una transformación digital que está cambiando las reglas de nuestro mundo.
La transformación digital de bienes, procesos y servicios que estamos viviendo es generalizada, y se está produciendo a escala global, lo que multiplica sus efectos. Afecta a las personas, a las empresas, a los organismos, a los gobiernos, en definitiva a la sociedad entera.
Estos cambios nos llevan a cuestionar paradigmas que hasta ahora pensábamos que eran inmutables. Todo está sucediendo muy deprisa, y a veces nos cuesta percibir no sólo los cambios sino también sus consecuencias.
Estamos asistiendo a una democratización tecnológica progresiva que, pese a afectar a las personas de manera desigual según las capas sociales o las geografías, garantiza nuevos mínimos como la telefonía móvil o el acceso a Internet.
La forma de interactuar entre las personas se ha cambiado. Las interacciones pueden realizarse desde cualquier lugar, y en cualquier momento mediante nuevas herramientas como la videoconferencia.
Cada vez interactuamos más con aplicaciones, y lo hacemos utilizando los formatos de datos más naturales para nosotros (voz, imagen, temperatura, tasa de azúcar en la sangre, datos de localización, y otros). Procesos que antes necesitaban nuestra presencia pueden ahora resolverse fácilmente con el teléfono móvil.
La identidad digital, el canal personal, la ciberseguridad y un largo etcétera de nuevos conceptos han irrumpido en nuestras vidas sin que hayamos sido formados convenientemente sobre ellos.
Todo lo digitalizable se está digitalizando. Se accede a las bibliotecas, las discotecas, los museos y, en general, al conocimiento por canales digitales.
El despliegue masivo de sensores permite registrar datos en cualquier situación. Por otro lado nuestra capacidad de crear contenidos digitales a coste razonable es cada vez mayor.
La manera de encontrar y de transportar la información ha cambiado. Los nuevos canales y formatos permiten no sólo consumir sino participar en la creación de los contenidos. Los audiovisuales y el streaming han triunfado rotundamente en empresas, educación, y ocio.
Vivimos una eclosión de mercados digitales en los que interactuamos directamente con plataformas. El alta, las compras, la reclamaciones, la ayuda o el soporte son realizados ya por aplicaciones y autómatas.
La transformación digital brinda nuevas oportunidades extraordinarias de progreso a personas, a empresas, a organismos y a gobiernos.
Si bien algunas industrias han desaparecido, otras han emergido y triunfado rotundamente en este nuevo campo de operaciones.
La digitalización nos ofrece la posibilidad de crear nuevos productos y servicios personalizados, de transformar nuestros procesos, de explorar otros canales de distribución y de vender en nuevos mercados.
Entender y adaptarnos a esta nueva realidad nos permite aprovechar al máximo estas oportunidades.
El acceso a la información es más sencillo, tanto para fines legítimos como para fines fraudulentos. El miedo a un acceso indebido a la información de una persona o de una empresa se ha generalizado. Este miedo conforma nuestro comportamiento y nuestra manera de tomar decisiones.
Las redes sociales, el correo electrónico, los foros y los blogs nos permiten publicar rápidamente para una audiencia potencialmente infinita que recibe nuestro mensaje directamente, sin ningún tipo de edición o moderación. Son interacciones instantáneas, sin contacto físico, ni tan siquiera verbal, lo que atenúa gran parte de las inhibiciones naturales que conforman cualquier diálogo civilizado.
Esta falta de inhibiciones produce una excesiva resonancia de contenidos y personas que, si bien en algunos casos puede ser una gran oportunidad, en otros casos compromete la reputación de personas y empresas.
No solo la reputación se ha vuelto más volátil. Otros activos, como la propiedad intelectual o el valor de nuestra marca pueden verse comprometidos sin que tengamos tiempo de comprender que ha sucedido.
Nuestra aldea digital es cada vez más compleja. Es difícil comprender las reglas implícitas de las plataformas que utilizamos habitualmente para realizar procesos muy importantes para nosotros. El constante trasvase de tareas que antes eran realizadas por empresas e instituciones a las personas, nos obliga a vivir permanentemente conectados y pendientes de correos, notificaciones y eventos. Cuando accedemos a un centro de llamadas, lo hacemos para que un operador humano nos acompañe en el diálogo con una aplicación remota. Junto a él dialogamos con ella, analizamos sus mensajes e intentamos entender una situación que sucede en una galaxia muy lejana.
Los cambios de la sociedad se están produciendo muy deprisa. Pero las personas se adaptan a la nueva organización del mundo a una velocidad muy inferior. Han aparecido nuevos conceptos acompañados de un nuevo vocabulario, y nuevos soportes y canales. La formación que reciben las personas sobre estos conceptos es voluntarista, y muchas veces errática al evolucionar la documentación mucho más despacio que los propios conceptos descritos en ella. No hay tiempo para escribir una formación reglada: todo es, en el mejor de los casos, transmitido boca a boca.
Las instituciones y las empresas han abrazado siempre la tecnología con dos objetivos: vender más, y por ende producir más, y reducir costes. Sin embargo no han tomado en cuenta el impacto que la transformación digital está teniendo en las personas, sean empleados o clientes.
La gran velocidad a la que suceden estos cambios está creando una brecha digital que es necesario eliminar. Esta brecha afecta, aunque de manera desigual, a todos los colectivos.
Aunque ciertas personas se adaptan de manera natural a la nueva situación, en la mayoría de los casos es conveniente un acompañamiento en la transformación.